En la celebración del Día Internacional del Trabajo, nuestro Consejero Sebastián Llantén, comparte con nosotros una reflexión respecto a esta fecha y la trascendencia de su celebración.
1° de Mayo
El Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional (Paris, 1889), acordó recordar y homenajear en ésta fecha a los llamados Mártires de Chicago, trabajadores que en los Estados Unidos fueron duramente reprimidos -varios de ellos incluso fueron condenados a morir en la horca- como corolario de una huelga general que se iniciara un 1° de mayo de 1886. El crimen de esos sindicalistas de corte anarquista, fue propagar la demanda de una jornada laboral de ocho horas ¡¿que fantasía más descabellada no?!
Con el correr de los años, la celebración ha dejado de ser la rememoración de esos lamentables hechos de sangre y, universalizandose, ha excedido el territorio en que se gestó la tragedia y a trascendido a su carácter al de propaganda que le dio la II Internacional: No lloramos hoy el martirio de Engel, Fischer, o de Spies, que propiciaban métodos anarquistas para la lucha sindical; ni pedimos habitaciones obreras o jornadas de 8 horas.
En esta jornada celebramos mucho más que eso. Nos congrega homenajear a esos hombres y mujeres que “mientras se ganan con el trabajo el sustento para sí y para la familias organizan su trabajo de modo que resulte provechoso para la sociedad” (34, Constitución Gaudium et Spes, 1965.)
Encierra el trabajo, tres aspectos que nos dan cuentan que esta actividad no es un mero producto que pueda ser transado a cambio de un salario, no es sino una altísima emanación de la dignidad humana: nos referimmos a las caracteristicas personal, necesaria y comunitaria del trabajo (34, Enc. Rerum Novarum, 1891).
El trabajo, personalmente considerado, es la aplicación o fuerza con que se aplican las capacidades y talentos humanos a una determinada labor de producción y transformación de la realidad; es por otra parte necesario, en tanto del fruto de su trabajo necesita el hombre para sustentarse a sí mismo; y, finalmente, es siempre comunitario, pues el desarrollo de éste afecta positiva o negativamente a quienes rodean y conviven con el trabajador.
De estos tres elementos podemos ver que no estamos frente a una mercancía, a una actividad que pueda ser arredanda, mucho menos frente a una prestación que pueda ser exigida por el Estado. La importancia del trabajo, entroncada en la raiz misma de la dignidad humana, nos obliga a ver el trabajo con la altura que naturalmente tiene y a buscar las formas de regularlo y protegerlo acorde con esta importancia: atentar contra contra él atacándolo, entregarlo negligentemente a los vaivenes del mercado, o sencillamente olvidarlo, equivale a violentar a la mismísima persona humana.
Hay que procurar que los primeros de mayo, no sean más congregación de un solo sector, panfleto egoísta de un par de dirigentes, sino que sea fecha en que recordemos la importancia de esta actividad humana y que por sobre todo analicemos como hemos honrado la dignidad que tiene y que es la nuestra propia.
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