Opinión Portaleana: Trabajos Voluntarios

Publicado por S Llantén miércoles, febrero 10, 2010



Esta vez traemos a un columnista invitado que nos trae en letras su experiencia en los últimos Trabajos Voluntarios organizados por la Fedep.
Leopoldo Andrés Peñaloza Becerra es estudiante de 3er año de Medicina de la Universidad Diego Portales, fue Delegado de Generación (2008) en su Escuela los años 2008 y 2009.
Estudió en el Instituto de Humanidades Luis Campino y el Colegio Particular Regina Pacis y fue Jefe de Comunidad de los Trabajos Voluntarios de Verano FEDEP 2010.



Una gran mochila.



Confieso que al principio tenia las expectativas normales de un voluntario inscrito en trabajos de verano: conocer gente, hacer amigos y amigas (y quizás algo mas), ayudar en lo posible y uno que otro carrete; escapar de Santiago tal vez.

Pero también confieso que desde el primer día todas mis expectativas se fueron derrumbando y se fueron creando nuevas; mejores; con cimientos más resistentes a nuevas ideas y sueños que nunca pensé posibles para unos simples “trabajos voluntarios”.

Partiendo por un viaje de alrededor de cuatro horas en las que poco a poco fuimos viajando en el tiempo, perdiendo tecnología a cada kilómetro: Internet, Tv cable llegando hasta el aislamiento total tras perder la señal de teléfono celular. Pero ganando paisajes de ensueño, observando valles y llanos como hasta entonces solo había visto en televisión, en programas como “tierra adentro” o “frutos del país”; reemplazando el asfalto por piedras y el smog por aire puro levemente enrarecido por el polvo levantado por las camionetas al avanzar entre las faldas de imponentes cerros y bosques de infinita hermosura.

Cuando llegamos al colegio que nos recibiría y se transformaría en nuestro hogar por (en aquel entonces) “largos” diez días, nos dimos cuenta de que en verdad tendríamos mucho en donde trabajar. El largo trecho entre una casa y otra hacia que el recorrer a pie el pueblo fuese una verdadera odisea, odisea que con paciencia, tranquilidad, ropa ligera y kilos de bloqueador jamás sería imposible.

Había distintas áreas en las que se podía ayudar: salud; con atención de alumnos de odontología y medicina; educación: que se encargaba de brindar tardes de entretención a todos los niños del pueblo; una pequeña área jurídica que asesoraba a los pueblerinos en sus problemas legales y el área de construcción, en la que todos los voluntarios participaban además de su área de estudio.

Perdonen que no haya mencionado aún al pueblo (los pueblos en verdad) en el que estuvimos trabajando: fueron Curtiduría y Tocones; pueblos de la VII región, más allá de Talca hacia la costa, pasando Pencahue. Y pido perdón a pesar de haberlo hecho a propósito ya que es imposible referirme al pueblo sin mencionar lo diferente que es a santiago, lo linda y sencilla que es su gente; eçl estilo de vida, las costumbres, etc… Es que personalmente (y creo que es un sentimiento compartido entre el 99% de los voluntarios) me marcó mucho la humildad y sencillez de su gente, lo agradecidos de nuestra ayuda y lo tranquilo y paradisíaco de su fotografía.

¿Alguien puede imaginar en Santiago que una anciana de más de 80 años invite a pasar a su casa a 6 jóvenes desconocidos de aproximadamente 21 años que jamás ha visto en su vida y sin siquiera preguntarles que desean…?

…Eso ocurría allá…

¿Y si tocaran al timbre de tu casa a las 21Hrs, para pedirte que lleves a un montón de desconocidos en tu auto un par de cuadras por que llevan mucho peso, responderías que sí y te negarías a recibir una moneda para la bencina…?

…Eso era exactamente lo que ocurría allá…

La gente era tan noble y sincera que en agradecimiento a tu ayuda, ya sea con un estrechón de manos, una sonrisa, un “muchas gracias”, un pedazo de pan amasado hecho en casa, un durazno, melón, tomate o sandía de sus huertos, te llenaba el pecho de una satisfacción desconocida para mí en ese entonces… luego supe que era la plenitud que uno siente de realizar el trabajo para el que está destinado, de cumplir con el llamado de tu vocación. Gestos tan nobles y sinceros, como compartir la comida que no te sobra, conmovían profundamente.

Y pareciera que no sólo su gente nos agradecía, sino además sus hermosos paisajes meciéndose al compás de suaves vientos y bajando una fina somnolencia por la tardes que seducían hasta al más hiperactivo de los voluntarios.

Las expectativas fueron creciendo con el tiempo, es cierto, pero nos encontramos con un pequeño tesoro fuera de los márgenes de nuestro diario ser y vivir. Se podría decir que todos crecimos como seres humanos y nos convertimos en “un poco más nosotros mismos” y aunque suene redundante, fue a nuestra manera, compartiendo la misma experiencia con muchos individuos símiles de los que supimos sacar lo mejor y acoplarlo a nuestro carácter. Y fuimos cómplices de todo aquello creando nuestro pequeño tesoro personal, creando una pequeña familia de más de 50 personas que estuvieron en todo momento compartiendo con nosotros los trabajos, las alegrías, los juegos, los viajes, los paisajes, las labores de aseo y cocina, etc… Una familia con la que compartimos no una gran parte de nuestras vidas, sino una parte importante. Cada uno de los voluntarios creó lazos y dejó su huella en otro a su manera, cada uno compartió su sonrisa con otro compañero, compartió su esfuerzo y su voluntad de servir. Otros tuvieron mejor suerte y fueron más allá, formando lazos de pareja.

Finalmente, transcurridos lo que nos pareció (al final) “demasiado cortos” diez días. Nos devolvimos cada uno a su realidad llevándose consigo una mochila cargada de nuevas experiencias, de nuevos amigos, de nuevos valores, de nuevas expectativas para la vida y nuevas maneras de verla y vivirla.

Si somos justos y hacemos un balance de lo vivido, uno cree que va a entregar a los trabajos voluntarios, pero lo que da es tan poco en comparación a lo que recibe…

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